Estaba aturdida, no por el golpe -que no fue nada- ni por el balanceo -que resultó divertido-, sino porque no podía comprender por qué todo el mundo, hasta las figuras del techo, era allí tan desobediente.
Miró al maestro con ojos interrogativos, y este se quitó el gorro, se rascó la cabeza y le dijo:
- Te voy a explicar, Cordelia, lo que pasa. Yo, como todos los sabios, soy un poco distraído, y una vez me distraje pensando en un perro muy bonito que había visto en el camino y estuve toda la tarde enseñándoles a mis alumnas a ser buenos perros, a ir a buscar un palo en el agua, a llevar una canasta en la boca y otras muchas cosas que forman la buena educación de un perro. Ellas, las pobres chicas, me obedecían sin chistar y ladrando lo mejor posible. Cuando me di cuenta de mi error les dije...
Pero la clase entera lo interrumpió diciendo a coro:
-Soy un viejo tonto y no tienen que hacerme caso al pie de la letra.
-Sí -agregó Merlín-; eso les dije. Y desde entonces se aprovechan y de tanto en tanto me desobedecen.
-Qué triste! -exclamó Cordelia, sinceramente emocionada.
-No vayas a creer -le dijo Merlín-; así las clases resultan mucho más divertidas.
-Y lo queremos más -dijeron todas las chicas.
La escuela de las hadas. Conrado Nalé Roxlo.
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1 comentario:
Hola: Conrado Nalé Roxlo, que hermoso cuento, gracias por compartirlo.
Suerte, SUsana
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